Hace unos días visité el Cementerio de Granada.
Cada vez que viajo, le doy espacio a visitar estos lugares, en donde se refleja mucho de la cultura local.
Hay elementos que son transversales, pero hay algo que refleja el alma del lugar en el que estoy (y sin duda hay mucho de alma presente en los “campos santos”) y sus creencias.
Observo como conviven las tumbas y la naturaleza del lugar, la ubicación que tienen dentro de la ciudad, leo los nombres que se repiten y cambian sobre todo en países diferentes al mío, observo y pongo atención al lugar que le dan a la fotografía en cada tumba (si las hay), leo los mensajes que dejan los familiares en las lápidas, observo los arreglos florales o recuerdos que dejan a sus deudos, por supuesto la arquitectura de sus tumbas y el arte presente en sus esculturas.
Desde mi fotografía soy respetuosa y cautelosa…aunque quizás también temerosa y supersticiosa. No hago fotos directamente a las lápidas ni menos que se noten los nombres: para esto hago más bien planos generales o enfoco en contraste con el cielo o espacios abiertos y desenfoco justamente alguna personificación. Jamás me llevo algo físico del lugar (por ejemplo, una flor o algún objeto que esté siquiera en el suelo). Ando silenciosa y pido permiso a esas almas presentes. No enfoco a familiares o personas que vayan a visitar las tumbas. Creo son mis reglas básicas.
Incluso desde esta visión de la muerte, aprendo de la vida y agradezco tener esta oportunidad.
